LA POLÍTICA Y LA EDUCACIÓN
La primera definición que conocí de la palabra política, es la que mi madre me expresó y que recuerda con tanto orgullo, porque así recuerda también a su reconocido maestro de sociología, el emérito maestro Ignacio Ruelas Escalante y que decía: “La política es el arte de hacer felices a los pueblos”. Definición clara y precisa que a lo largo del tiempo ha ido ampliándose, modificándose: “La política (del griego politikós, ciudadano, civil, relativo al ordenamiento de la ciudad, es la actividad humana tendente a gobernar o dirigir la acción del estado en beneficio de la sociedad. Es el proceso orientado ideológicamente hacia la toma de decisiones para la consecución de los objetivos de un grupo. “Educación, del latín educere, “guiar, conducir”, o educare, “formar, instruir”. “El proceso multidireccional mediante el cual se transmiten conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar. La educación no sólo se produce a través de la palabra: está presente en todas nuestras acciones, sentimientos y actitudes”. La política jamás podrá desligarse de la educación, juntas caminan a la par; sin educación la política no habría avanzado en su estructura, su desarrollo, su actuación y resultados y sin política la educación restringiría sus metas, tanto en lo material como en lo cultural, así como en relaciones nacionales e internacionales. “La educación se transforma en un hecho histórico, en un acto político, en un factor de refuerzo de la ideología propia del poder.” La política educativa enfatizaba en los años 20 la integración de las comunidades rurales a los diferentes programas de desarrollo social, lo cual les daba nuevas capacidades y conductas, y aquí cabe hacer mención que no podríamos hablar de política y educación sin hablar de democracia como forma de vida e interacción, convivencia entre la sociedad en la que todos somos libres e iguales ante la ley. Habiendo hecho un recuento de tan importantes definiciones, lo mejor será enfatizar la relación de ambas; cuando el político cumple a cabalidad su trabajo: sea en un puesto de elección popular o como responsable en un cargo administrativo ofreciendo y cumpliendo al 100% apoyos materiales y todos aquellos concernientes a programas que sean apropiados y reales, que nos conlleve a la formación de un nuevo tipo de mexicano. La política y la educación se unen para elevar la calidad de vida en las familias y en la sociedad en general, se atan en un eslabón irrompible que bien o mal y de acuerdo a quienes las representan en su momento, es posible evaluar los resultados obtenidos: por sexenio o por trienio principalmente y donde cabe mencionar que los resultados son pésimos cuando los responsables en ambas partes carecen de visión y capacidad para ocupar cargos tan importantes. Cuando políticos no preparados cultural y profesionalmente llegan a ocupar un puesto de elección popular como presidente de la república (¿recuerda usted a alguien?) gobernadores o presidentes municipales. La relación que existe entre política y educación tendrá un avance de consideración:
1. Cuando el legislativo adecúe las leyes de las instituciones; que favorezcan a la educación y que amplíe notablemente los presupuestos relacionados con el rubro.
2. Cuando autoridades y los diferentes representantes educativos estén conscientes de la verdadera importancia del aspecto educativo, siendo personas conocedoras y sensibles en el área que nos ocupa, implantando programas para prevenir la deserción escolar en todos los niveles educativos, concientizando a la ciudadanía de la importancia que tiene el estar preparado para la lucha en la vida; convenciendo a la ciudadanía -hombres y mujeres- en la aceptación de programas intensivos de educación sobre salud femenina, de educación sexual y detección y control del sida.
3. Cuando en cada rincón de nuestra patria y a lo largo y ancho de su territorio se entienda que es tiempo de dar pasos firmes y decisivos para que cada mexicano (a) cuente con la oportunidad de desplegar sus capacidades y ejercer a plenitud sus derechos. Para ello, nada mejor que se cuente con preparación: educación formal, no formal e informal.
4. Cuando los gobiernos fomenten a través de los programas DIF la responsabilidad de la pareja y los hijos en el hogar ¡recordemos que la familia es la base de la sociedad!
5. Cuando se ensanchen las oportunidades políticas y educativas, siendo congruentes con las ofertas de trabajo, con sueldos acordes a su actuación, preparación y ascensos que correspondan a su desenvolvimiento.
6. Cuando los programas de educación sean acordes a la época que estamos viviendo; adecuados a la economía y a las necesidades del país, pero sobre todo a nuestro origen y realidad como mexicanos. Esto, entre muchas cosas más nos reafirma que gobierno, autoridades educativas y ciudadanía en general debemos continuar como una gran fuerza nacional, comprometidos, buscando con mucha visión y con grandes expectativas en cada lugar del país que ubiquen el enorme deseo de coadyuvar al desarrollo de México.
Con lo anterior sólo faltaría hacer una reflexión respecto al tema que hoy nos ocupa:
A) ¿Estará el presidente Calderón realmente cumpliendo con los objetivos y metas en el grave problema de la educación, sabiendo que en los promedios de las estadísticas mundiales México se encuentra muy cerca del último lugar? ¿o al menos estará por cumplir las promesas de campaña?
B) ¿Qué y cuánto faltará para que nuestro gobierno coloque a Aguascalientes como punta de lanza en educación?.
C) Los alcaldes de los 11 municipios emanados de los diferentes partidos y especialmente el de Nueva Alianza habrán desarrollado cabalmente los programas educativos? ¿Cuál será el porcentaje de avance? ¿Pabellón de Arteaga cuyo presidente enarboló la bandera de la educación en su campaña, está cumpliendo realmente con sus promesas? Sólo nos queda observar y formarnos nuestro propio criterio sobre política y educación para otorgarles la calificación que merecen nuestros gobernantes o usted apreciable lector ya la tiene?
Y como siempre habrá otro martes por venir y otras POLÍTICAS qué atestiguar.
Y como siempre habrá otro martes por venir y otras POLÍTICAS qué atestiguar.
LA RELACIÓN EDUCACIÓN-POLÍTICA EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD INSTITUCIONAL
Al asumir la Dirección de la Escuela Rural
Nº 56, en un pequeño centro poblado (Estación
González, San José), fui recibida por una comunidad que presentaba signos de aparente resignación, hasta se diría sin voluntad de emprender
acciones por cambiar, quizás porque no lo sentían ni lo veían como necesario.
Llamó mi atención que tanto docentes como
padres y vecinos develaban en su conversación un profundo sentimiento nostálgico por
un tiempo pasado, en el que la escuela fuera el
verdadero motor de la zona, en el que la escuela
diera “luz” a toda la comunidad. Y digo “luz”
literalmente, porque en ella existía un generador de energía eléctrica con el que se iluminaba
a todo el poblado, y también metafóricamente,
puesto que el objetivo principal al que se orientaban todas las acciones allí emprendidas tenía
el ambicioso interés de materializarse en una
Educación Fundamental, donde los propios interesados asumieran las tareas que respondieran
a sus intereses y se organizaran para abordarlas
colectivamente (Soler Roca, 2005).
En ese momento detecté la existencia de
una historia adormecida. Hoy, al conocer el
pensamiento de Boaventura de Sousa Santos,
puedo afirmar que había allí una razón metoní
mica contrayendo de tal manera el presente que
dejaba afuera mucha realidad, haciendo invisible una historia cargada de experiencias muy
valiosas, y desperdiciándola.
Un proceso de investigación de la historia
de la escuela, con el aporte de algunos docentes
que trabajaron en aquella época y los actuales
(incluso una de ellas había sido alumna de la
institución), el diálogo con vecinos (varios ex
funcionarios de la misma), ex alumnos y el
análisis de documentos, reflejó que aquella institución había sido un bastión fundamental en
décadas del siglo XX, cuando la Educación Rural transitaba por caminos de construcción de
un verdadero movimiento por una Nueva Escuela Rural. Primera Escuela Granja del país,
luego de aprobado el proyecto elaborado por el
Mtro. Agustín Ferreiro en 1945, Instituto Normal Rural a partir del año 1950, promotora de
innumerables movimientos culturales, sociales
y económicos que involucraban a toda la comunidad, fueron algunas señas de identidad que
obligaban a indagar causas y repercusiones,
iniciación y decadencia. Sin duda que quienes
impulsaban este movimiento a nivel local y
nacional estaban incidiendo en cuestiones del
más grande interés político. Principios como la
búsqueda de un mejoramiento de las condiciones de vida, el respeto a los derechos de todo
ciudadano a una vida digna y a una educación
básica fueron interpretados, por mentalidades
reaccionarias, como una amenaza (Soler Roca,
1987). «La educación depende de la política en
lo que se refiere a determinadas condiciones
objetivas, como la definición de prioridades
presupuestales que se reflejan en la constitución - consolidación - expansión de los servicios educacionales» (Saviani, 1988:81), y además en su degradación.
Si bien Julio Castro advertía sobre un excesivo optimismo del poder de la educación en la transformación social y económica del medio, los hechos registrados demostraron un fuerte impulso en esa dirección y dejaron en claro la existencia de la dimensión política de la educación. Experiencias como las misiones socio-pedagógicas, el grupo experimental de la Mina o las escuelas granjas, impulsaron en cierta forma una pedagogía crítico-revolucionaria que influenciara en la transformación social, favoreciendo la necesaria apropiación de los instrumentos culturales por parte de los educandos y de la comunidad para elevar su práctica social.
Innumerable cantidad de señales que daban muestra de un tiempo en el que, efectivamente, la comunidad había vivido épocas de un mejor nivel cultural, reflejo de una movilidad social importante, con niveles de organización que lindaban con la autogestión y que involucraban desde los niños hasta los adultos integrando a adolescentes y jóvenes en diversos clubes con fines productivos- afloraba en aquella institución. Y afirmo productivos con todo el significado que le otorga el contenido ético, filosófico, sociológico y pedagógico del Programa para Escuelas Rurales de 1949 que impulsara una escuela del pueblo, porque, y tal como lo expresa dicho documento en sus páginas, «la escuela es del pueblo porque es la casa de los hijos del pueblo». Por aquí, un banco de carpintero; por allí, una fragua; más allá, amontonada en un rincón, la indumentaria del apicultor; en la galería, una biblioteca con cientos de libros de temática agropecuaria y del quehacer didáctico-pedagógico, colección de discos de música culta y popular, un piano, telares, máquinas de hilar y de tejer; y en el patio llamaba la atención una construcción totalmente destruida. Por allí aparecieron esas otras marcas que no son materiales, pero que están presentes en la afectividad de la gente, pues al indagar sobre el tema pude saber que esas columnas eran el esqueleto de una calesita, protagonista de innumerables anécdotas y motivo de orgullo para todos.
Un compromiso asumido por las señas de identidad.
Por qué no incursionar entonces en una sociología insurgente que transformara los objetos ausentes en presentes, en que las experiencias que ya existen, pero son invisibles o no creíbles, estén disponibles. Solo sobre la base de una experiencia rica no desperdiciada podemos realmente pensar en una sociedad más justa. Por qué no concretar un procedimiento de traducción entendido como aquel capaz de crear inteligibilidad mutua entre experiencias posibles y disponibles, sin destruir su identidad, pues solamente concibiendo la institución desde lo que tiene de particular, desde sus huellas identitarias, se puede expandir su presente y cuidar su futuro. Un futuro que no es abstracto, que es posible porque hay gente involucrada, porque existen pistas y señales, y porque la alternativa está en aplicar una verdadera ecología de saberes que intervenga en la realidad (de Sousa Santos, 2004).
Fue imprescindible iniciar un proceso de reflexión a nivel del equipo docente, en primer lugar, y de padres y allegados de la institución, después, para planificar un proyecto que rescatara aquellos aspectos históricos más intensos y que generara un importante movimiento socio-cultural. La idea de reconstruir la calesita, juego de grandes dimensiones al estilo de las que se pueden encontrar en un parque de diversiones de una ciudad capitalina, fue pensada, cuestionada y al fin aceptada con todo el desafío que ella implicaba. Resultaba difícil asumir la consecución de los recursos no solo materiales, sino técnicos, para su reestructura; resultaba difícil asumir qué organización se le
daría al trabajo para que fuera colaborativo, hasta parecía imposible definir cómo se preservaría luego de construida. Pequeñas grandes cuestiones que reflejaban miedos, incertidumbres, obstáculos presentes en la forma de vivir de aquella comunidad, demasiado apegada a la costumbre como una muestra de nostalgia reaccionaria, con un discurso de continuidad que desvalorizaba el conocimiento y la práctica etiquetándolos como asuntos de herencia y transmisión (B. Smith, 19851).
A través de un proceso de aprendizaje colectivo se buscó transformar esa costumbre en reminiscencia, como una forma de contramemoria, trabajando en una alternativa positiva que posibilitara la visión de un futuro mejor y que motivara a la gente a sacrificar su tiempo y su energía en aras de la concreción del proyecto (L. Alcoff, 19882). La contramemoria representa la lectura crítica no solamente de cómo el pasado da forma al presente, sino de cómo este representa al primero. Representa un intento por reescribir el lenguaje de la resistencia que dignifique la vida pública, a la vez que permita que la gente hable a partir de sus historias y voces particulares. Proporciona los fundamentos éticos y epistemológicos para una política de la solidaridad dentro de la diferencia, intenta recuperar las sociedades de memoria y las narraciones de lucha que proporcionen el sentido de ubicación, lugar e identidad a los diversos grupos, dominantes y subordinados (Giroux, 1995).
En forma incipiente se gestó una pedagogía para entender en términos políticos y pedagógicos cómo se producen las subjetividades dentro de las formas sociales en las cuales la gente se desplaza, pero de las que no es totalmente consciente. La pedagogía de frontera ofrece la oportunidad a los maestros de profundizar en su propia comprensión del discurso de los varios otros, con el fin de que arriben a una comprensión más dialéctica de sus propias políticas y valores. Implica comprometerse colectivamente para que el conocimiento sea remapeado, descentrado, e incorpore la cultura popular (Giroux, 1995).
La tarea compartida, el constante intercambio de opiniones, hasta la confrontación de ideas, condujeron no solamente a hacer realidad un “sueño” de ver a los niños jugar en la calesita que luce desde los reciclados caballitos y delfines con “Pepe Grillo” de su primera época hasta modernos autitos creados por un ex alumno, sino que significó un verdadero proceso en la gestación de una comunidad de aprendizaje. Ninguno de los implicados en el proyecto sería el mismo después de este logro. Una muestra de que es posible concretar pequeños cambios, sin esperarlos desde “afuera”, llegó para quedarse y demostrar que se puede y mucho más, cuando se trabaja y se aprende con otros. El proceso implicó la generación de algunas condiciones que promueven la formación de un capital social valioso: la confianza interpersonal que permite no solo tener confianza en el otro, sino, y fundamentalmente, saber que el otro confía en uno; la capacidad de asociatividad (saber y poder delegar diversas responsabilidades), la formación de una conciencia cívica que posibilite el esclarecimiento sobre los derechos y obligaciones de cada uno, y la construcción de valores éticos como la solidaridad, necesaria en una sociedad individualista.
El poder de la educación:convencernos para convencer
Una visión que evoca el tema de identidad en una institución, muestra la gestión como la generación y mantención de recursos y procesos en una organización para que ocurra lo que se ha decidido que ocurra, en forma colectiva, propiciando el aprendizaje continuo, la generación de valores, la visión compartida, las interacciones, la articulación de representaciones mentales, la capacidad de generar y mantener conversaciones para la acción. Elementos claves para la supervivencia de la institución en constante articulación con el entorno (Casassus, 1997). Factores esenciales para afrontar el conflicto, tomándolo como una verdadera alternativa de crecimiento pedagógico-institucional, que posibilite la participación real e incorpore dosis crecientes de deliberación y reflexividad en todos los involucrados (Tenti Fanfani, 2000) y transforme el conocimiento en esperanza y en acción. Un conocimiento que aparece vinculado a la imaginación y a la capacidad de innovar, en este caso con la perspectiva de recuperar lo local frente a lo global (Contera, 2007).
Ni ilusorio, ni impotente, el poder de la educación -aunque con limitaciones- es real. Los docentes debemos ser conscientes de ello para no bajar los brazos en la lucha por defender una democracia radical, sintiéndola como una forma de vida que nos permita crear significados en la escuela y transformar la política del conocimiento y de la enseñanza en una verdadera política cultural (Apple, 1996).
Se hace imperioso imprimir a nuestra profesión docente la alegría y la esperanza de que el cambio, aunque difícil, es posible a través de una concepción dialéctica de la realidad.
Asumir que somos seres condicionados pero no determinados, reconocer que la Historia es tiempo de posibilidad. Reconocer un papel altamente formador en la rabia justa, en aquella que protesta contra las injusticias, contra la deslealtad, contra el desamor, contra la explotación y la violencia. Emerger, como lo establece el teólogo brasileño Fray Betto, «de la esfera de la ingenuidad hacia la de la crítica… de la resignación a la utopía», aplicando rigurosidad ética en nuestra práctica educativa. Es en el dominio de la decisión, de la evaluación, de la libertad, de la ruptura, de la opción, donde se instaura la necesidad de la ética (Freire, 2005), y se impone la responsabilidad de incidir políticamente para convertir un círculo vicioso en virtuoso. La docencia como virtud ciudadana transforma al individuo socializado por la enseñanza en un participante potencial, en un político potencial (M. Walzer, 19933).
Hoy, pasados 6 años de efectuada la reconstrucción de la calesita y sin estar yo en la escuela desde hace 2 años (por asumir una dirección urbana), la obra permanece intacta, custodiada y mantenida por niños, docentes y vecinos. Es gratificante comprender que para los adultos no fue solo un momento nostálgico, el de subirse con sus antiguos compañeros para jugar y fotografiarse, sino la afirmación de un sentimiento colectivo para mantenerlo resguardado.
La experiencia de aprendizaje vivida fue de genuino convencimiento, significó un proceso en el que todos los que participamos tuvimos que, parafraseando a Eladia Blázquez: «Convencernos, con fuerza y coraje / que es tiempo y es hora de usar nuestro traje. / Ser nosotros por siempre, y a fuerza de ser / convencernos y así convencer».
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